Empecé a estudiar piano con mi madre, así que no sabía qué hacían los demás. Solo la escuchaba a ella, que todavía tocaba obras de las que se había examinado en la carrera de piano, los discos que teníamos en casa y a mí misma.
Cuando aprobé la prueba de ingreso y entré directamente en el Real Conservatorio Superior de Madrid vi que había otros compañeros, de mi edad o mayores, que estaban en cursos superiores, ya que entonces las clases de piano no eran por niveles, sino por horario y a las 17h le tocaba un alumno de 1º de Piano, a las 17:30 a uno de 4º y a las 18h a uno de 2º. Todos estudiábamos música clásica y, aunque de diferentes niveles, nuestro repertorio era parecido: Bach, estudios de Burgmüller, Czerny o Chopin para los más avanzados; Schumann, Schubert y Beethoven, etc. Como me quedaba a escuchar y ver las clases de los demás comprendí que a todos nos costaba algún pasaje más que otros y que en esos fragmentos había que esforzarse más. Así lo asimilé y lo viví durante toda mi escolaridad y, en el fondo, durante toda mi vida.
Hay muchos niños (y muchos padres) a los que les cuesta asumir que la iniciación y primeros pasos en la música clásica requiere paciencia y es un proceso con cierto ascetismo. Se tarda en que las piezas suenen bien o que las pequeñas manos se sientan cómodas en los instrumentos o memorizar. Se impacientan queriendo que suene a algo reconocible y bonito, como las bandas sonoras de películas o como las melodías de las canciones de moda, los anuncios o videojuegos, y, como no es posible, se desaniman, se desmotivan y pierden el interés.
Siempre he dicho que lo más interesante de que los niños estudien música no es que sean profesionales sino que se contagien de esas virtudes que se necesitan para perseverar hasta que por fin el instrumento y las obras que uno puede tocar en él suenan como deben sonar y es un placer para el que escucha y para el que toca.
La música clásica es hermética al oído y a la lectura, más que otros tipos de música. Por eso la escolaridad dura tantísimos años y por eso nunca dejas de estudiar y perfeccionarte. No es fácil acceder a sus misterios y mucho menos ser capaz de recrearlos, pero si lo consigues, si por esa mezcla de disciplina, paciencia e introspección das tiempo para que florezca en tu cabeza, oídos, voz y manos, nada volverá a ser igual.
Independientemente de que luego no sigas estudiando música o no, seas músico profesional, la música clásica deja un poso insustituible que sale, a lo largo de la vida, cuando menos lo esperas y más lo necesitas. Esto es lo que pierden los niños cuando sus padres ceden ante la impaciencia, ante los espejismos de la facilidad y se rinden por no esperar a su lado mientras las puertas de la Música se abren y les dejan entrar.