Elisa y José son dos jóvenes promesas nacionales. Ella se plantea si compatibilizar la carrera de Psicología y la de música o decantarse por una de las dos; José es un investigador en ciencias que realiza una estancia postdoctoral en Colonia pero que considera volver a España a pesar de la crisis. Vamos a conocer sus estados de ánimo en relación con todas las decisiones que sus carreras conllevan a través de la correspondencia que mantienen con sus dos profesores: Elisa con Alfredo, Catedrático de Psicología de la Personalidad y José con Antonio, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular.
Este es el contenido del libro Cartas a una joven promesa que acaba de
publicar la Universidad de Málaga. El 75% de la historia es real: los dos
catedráticos existen, los dos se han visto una y mil veces en situaciones
parecidas a las que surgen a lo largo del epistolario. Lo que escriben es
realmente lo que piensan, lo que han experimentado y practicado, lo que sus
estudiantes les han inspirado a través de los años de docencia e investigación.
Elisa y José son, en parte, ficticios. La joven no existe como tal, aunque
reconoceremos en ella a muchos de nosotros, o de nuestros amigos, compañeros,
discípulos… Sí que hay un José real, pero que no ha participado directamente
hasta el final.
Este es un libro completamente
influenciado por la música, no solo porque ambos autores son grandes
aficionados al repertorio clásico, sino porque inconsciente o conscientemente
se ha estructurado como un tema y variaciones a la imagen de las Goldberg que ambos autores claramente
escuchan con frecuencia. Las variaciones se focalizarán en un gesto («Contra el
perfeccionismo», «En busca de la excelencia», «Buscar, hallar y aprender»,
etc.). Y, en el progreso de uno a otro, se establecerá un tejido polifónico en
forma de fuga a cuatro voces: la de Alfredo a Elisa, la de Antonio a José, y
las de los dos catedráticos entre sí.
Las dos primeras, las de los maestros a sus
discípulos, son una radiografía de cómo las diferentes disciplinas condicionan
hasta nuestra manera de hablar, no digamos la de pensar. Alfredo, desde la
Psicología, no teme el caos y los laberintos de la psiquis y sabe que, pronto o
tarde, los ordenará y el dibujo se perfilará tras las manchas. No tiene prisa,
deja que el otro encuentre por sí mismo el camino, apuntando aquí y allá pistas
que, si el discípulo está preparado, escuchará y entenderá y, si no lo está,
pasarán desapercibidas.
Antonio, desde la Bioquímica, no quiere ver el
capítulo dos, mientras el uno no esté analizado, explorado y perfectamente
asimilado, porque la alteración del proceso puede comprometer el resultado. Quiere
explicar lo que piensa con minuciosidad, desde la observación. La propia
búsqueda, la propia reflexión, incluso en estados microscópicos, es en sí misma
un placer, aunque haya pequeños momentos de desánimo o duda.
Cuando cada maestro se dirige a su discípulo se
expresa en total libertad, dentro de su propio sistema de pensamiento y las dos
voces fluyen de manera paralela, cada una a su paso y con su carácter personal.
Pero, cuando la correspondencia es entre los dos profesores, sentimos la
colisión de dos grandes temas, exactamente igual que en una forma sonata.
La tensión dramática, en sentido positivo, que se
establece entre estas dos formas de articular el discurso es, a mi gusto, el mayor
acierto de este libro: en las exposiciones Alfredo me recuerda al concepto de
lo barroco de Eugenio D’Ors, y Antonio a su antagonista, la línea clásica. Sin
embargo, en las resoluciones Alfredo sintetiza con eficacia y Antonio siempre
tiene tiempo para una pregunta más. Alfredo piensa en prosa, Antonio lo hace en
verso. En musicología analizaríamos a Alfredo como una de las grandes sonatas
de Schubert y a Antonio como una de las de juventud de Brahms: en ambos casos,
obras densas y largas, pero muy diferentes. Schubert lo analizaríamos desde la
profusión de motivos, Brahms desde la variación de motivos. La combinación es
excitante y nos sentimos frente a uno de esos magníficos conciertos para piano
y orquesta de fin de siècle, donde Alfredo
sería el piano y recaería en Antonio todo el sinfonismo de la orquesta. Si le
añadimos el toque literario, presente a lo largo de todo el libro, veremos con
claridad que Alfredo ha integrado los modelos epistolares de los filósofos
(Pascal y Montesquieu entre otros) y Antonio los de los poetas
(fundamentalmente Rilke).
Las
Cartas a una joven promesa se leen de un tirón o se paladean, a gusto del
lector. Se viven como un relato en que uno se impacienta queriendo conocer el
desenlace o se intenta seguir cada meandro de la reflexión de los autores. Hay
párrafos geniales, que resonarán en cualquier persona que tenga relación con el
mundo del estudio, de la investigación y/o de la docencia (entre otros muchos, dice
Antonio «Los objetivos realmente importantes pertenecen a aquellos que, además
de dedicarles lo mejor de ellos mismos, son capaces de soñarlos» y comenta
Alfredo «Creo que haremos bien en recordar a nuestros jóvenes la necesidad del
esfuerzo inseparable tanto de cualquier actividad, sea científica o artística,
como de los gozos que proporciona»).
Uno de mis momentos preferidos es como cada
profesor llega al final: Alfredo en stretto,
recopilando sin repetir todos los temas tratados, solo enunciándolos, en un
acelerando equilibrado pero resolutivo, porque, como él dice, tras el tiempo de
la escritura, llega el de la vida. Antonio, por el contrario, quisiera alargarlo,
prolongar la observación o, al menos revisarla una vez más, pero ya que hay que
terminar, lo hace sinfónicamente a lo grande, teniendo claramente en mente el 4º
movimiento, Stürmisch bewegt,
de
la sinfonía Titán de Mahler.
Ciencias puras, Ciencias sociales, Literatura,
Filosofía, Música… y sentido común a raudales recorren página a página un texto
que aúna experiencia y juventud. Y esta, curiosamente, no viene de las jóvenes
promesas —aunque indiscutiblemente la potencian— sino de la pasión siempre
renovada de lo que supone ser un Maestro.