De Fernando de Rojas a Maurice Ohana

Hay pequeños logros que resumen todo un recorrido vital. Y este es, para mí, uno de ellos.

Tuve en el Bachillerato un extraordinario profesor de Literatura que nos leyó fragmentos de La Celestina en clase. Escogió la descripción de Melibea para poder saltarse la parte en que se habla de sus pechos y así..., con ese anzuelo, hacer que todos leyéramos el libro de arriba a abajo buscando lo que él nos había ocultado. Pronto nos dimos cuenta de que los pequeños momentos escabrosos del libro (escabrosos para aquella época, pues hoy se podrían leer en el jardín de infancia) no eran nada comparados con el ritmo de «¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.» El profesor leía, comentaba, sintetizaba y también nos hablaba desde la investigación de los mejores hispanistas: no fui la única de aquella clase que, con trece años, leyó La España de Fernando de Rojas de Stephen Gilman.

A pesar de la belleza sobrecogedora de la literatura española, me dediqué a la música. Conocí la obra de Maurice Ohana, un sefardí francés heredero de la tradición pianística de Liszt, Debussy y Manuel de Falla. Estudié sus Caprichos inspirados en Goya o los estudios que, como Saeta, es evidente de dónde proceden. Ohana era un hombre fascinante y su estela sigue viva en Francia.

Un día, una joven musicóloga francesa, Marie-Lorraine Martin, me pidió ayuda porque estaba investigando sobre la ópera recién estrenada de Ohana, La Celestina. Sentí admiración: yo no me atrevería a analizar esta tremenda partitura musical basada en una obra maestra tan compleja de por sí. Ayudé en lo que pude.

Y, ahora, tanto tiempo después de aquel día de bachillerato, he traducido el ensayo de Martin, releído a Gilman y, por supuesto, La Celestina, tocado a Ohana y pensado mil veces su música. Esta traducción me ha resultado muy difícil, no por el francés sino por un doble sentimiento de responsabilidad en relación con el patrimonio literario y musical. Espero haberlo hecho bien, espero que esta traducción sirva para insistir en el inmenso valor de Rojas e impulsar el conocimiento de Ohana.

Hoy solo quiero dar las gracias a mi profesor de literatura, a Marie-Lorraine Martin y, sobre todo, a Maurice Ohana que me recordó que siempre, en toda circunstancia, podría estar orgullosa del patrimonio literario y musical español. Y así ha sido y es.