Los conservatorios: un poco de historia


Los conservatorios de música, danza y arte dramático de nuestro país fueron fundados, en su gran mayoría, durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Algunos, como el de Madrid o el del Liceo de Barcelona incluso antes, en 1831 y 1837 respectivamente. Pero, en general, las fundaciones son posteriores a 1850: la Escuela de Canto y Declamación de Granada nace en 1861, la Sociedad Filarmónica de Málaga asume funciones de conservatorio desde 1870 e inaugura su Conservatorio de Música en 1880. El Ayuntamiento de Bilbao funda una Academia de Música en 1878, que más adelante, en 1903, se convertirá en la Academia Vizcaína de Música, mientras que, en 1879, empieza su andadura el Conservatorio de Música José Iturbi de Valencia. La década de 1880 es especialmente fructífera, con la fundación en 1883 de la Escuela Provincial y Elemental de Música de Oviedo, como parte de la Academia de Bellas Artes de la ciudad, o la Escuela Municipal de Música de Barcelona, ligada a la Banda Municipal, en 1886, y la Escuela Municipal de Alicante en 1889. Antes de fin de siglo, se desarrollan en Sevilla una serie de academias musicales, la de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y la Filarmónica, al igual que en otras provincias españolas como Gipuzcoa y Navarra, donde sobre la tradición de escuelas municipales o ligadas a sociedades se asentarán los actuales conservatorios.

Todas estas instituciones no siempre han conservado sus denominaciones de origen: el de Madrid nació como Real Conservatorio de María Cristina, en honor a la cuarta esposa de Fernando VII, y el de la Ciudad Condal como Liceo Dramático de Aficionados de Barcelona. Esas designaciones recogen los nombres de los personajes famosos vinculados a la música, desde los monarcas a los músicos, al igual que hoy en día existe la Escuela Reina Sofía de Madrid o el Conservatorio Juan Crisóstomo Arriaga de Bilbao. En los establecimientos del siglo XIX, las dos figuras femeninas más representadas son las reinas: María Cristina quien, además de Madrid figura en el nombre del Conservatorio de Málaga e Isabel II, que aparece en los Estatutos de la Escuela de Canto y Declamación de Granada.

Además de estas referencias onomásticas, los nombres de las instituciones optan bien por el término “escuela” bien por “conservatorio”, y también por los de “liceo”, “academia” o “instituto”, sin que podamos adjudicar unas características específicas a estos últimos. Los cambios políticos provocan transformaciones en los títulos de los establecimientos y así, en 1868, hablaremos de la Escuela Nacional de Música de Madrid y no del Real Conservatorio. En algunos casos, el apelativo original nos permite reconocer las filiaciones con sociedades filarmónicas o de amigos de la ciudad o de la provincia que tuvieron un papel relevante en la fundación. Algunas de ellas, como la Sociedad Filarmónica de Málaga, creada en 1869 por Antonio J. Cappa, fueron las impulsoras de la vida musical de la ciudad, tanto por promover la creación de orquestas, la producción de conciertos, y el establecimiento de secciones destinadas a la formación de sus propios músicos. Pues, no debemos olvidar, que una de las razones principales de la fundación de todas estas instituciones de enseñanza musical era paliar el gasto que originaba la contratación de músicos de otras provincias o extranjeros, además, por supuesto, de responder a la demanda y al interés del público, ansioso por poder disfrutar tanto de la música instrumental como de la vocal, sumándose, con esta última, al furor filarmónico que la ópera italiana provocaba en todo el país. En aquellas ciudades donde existía una o varias bandas de música, surgía la necesidad de formar a los aficionados que muchas veces las integraban y las bandas se convertían en vehículo de la enseñanza musical.

En parte es cierto que la creación del Real Conservatorio de Madrid y del Liceo de Barcelona provocó una ola de fundaciones por toda la península, estimulando la institucionalización de lo que, en algunos casos, ya existía, o de lo que, en otros, era urgente organizar. Ambas instituciones proporcionaban formación en música y arte dramático, aunque en el caso de Madrid esta última se incluyó varios meses después de la fundación, en mayo de 1831. Así como el establecimiento madrileño nacía de un proyecto gubernamental, e incluía un internado, el Liceo era fruto del impulso de la Sociedad Filarmónica María Cristina. Estuvo ubicado en las ruinas del convento de Montesión hasta la inauguración del Gran Teatro del Liceo en 1947. Las materias impartidas incluían: solfeo, armonía, composición, declamación, elocuencia y literatura.

A partir de la década de 1850 se encuentra en la documentación del Real Conservatorio de Madrid pruebas de que la junta directiva quería fomentar la instalación de “sucursales” (según ellos mismos dicen) en otras provincias. Y es indiscutible que algunas ciudades respondieron con prontitud. Uno de los casos más claros de relación con este modelo es el Conservatorio de Málaga, dirigido hasta su muerte por Eduardo Ocón y Rivas (1833-1901), un compositor que había desempeñado los puestos de ministro de coro y segundo organista de la Catedral de Málaga, así como profesor de canto en París, donde residió entre 1867 y 1870. Con este bagaje vuelve a Málaga para dedicar el resto de su vida a enriquecer la vida musical de la ciudad. El Primer Reglamento de la Institución, de 1889, recuerda en algunos puntos al de 1831 de Madrid, y, como él establece clases de solfeo, cuerda, viento madera, trompa y cornetín, además de calcar el sistema de nombramiento de maestros honorarios.

Por su parte, el Conservatorio de Valencia ofrecía para los alumnos 48 becas gratuitas, el mismo número que en 1831 había dispuesto el Real Conservatorio de Madrid, y establecía el concurso oposición para el ingreso del profesorado, tal y como se hacía en la capital. Sin embargo, y aunque estos recién fundados establecimientos se inspiraran del de Madrid, tenían suficiente tradición en su propia ciudad. El Conservatorio valenciano se asentaba, por ejemplo, sobre más de veinte años de experiencia docente en el Liceo Valenciano (desde 1841), en las Escuelas gratuitas para niños (desde 1867), la Sociedad Instituto Musical (1868), y hasta en las clases de solfeo de la Escuela de Artesanos (desde 1873), etc. Incluso hay casos, como el de Sevilla, en que la prensa ya menciona una Academia de Música de 1806. También son dignos de mención los liceos de muchas de estas provincias, como el Artístico y Literario de Madrid (1837), el de Sevilla (1838), Granada (1839), y muchos más, que ejercían labores docentes.

Por otro lado, de las instituciones citadas, son varias las que comenzaron siendo anexos de las bandas de música y, al ser capaces de desarrollar una enseñanza de cierta calidad, fueron ampliando el elenco de alumnos y profesores a toda la ciudad. Así, la Escuela Municipal de Música de Barcelona, emplazada en el entonces local de ensayo de la Banda Municipal, fue consecuencia de la reorganización de la Banda en 1886 y la dirección de ambas corrió a cargo del compositor y pianista Josep Rododera (1851-1922). Escuela y banda se separaron en 1895, y, desde entonces, el número de alumnos matriculados no ha dejado de crecer. Otros directores fueron el compositor Antonio Nicolau (1858-1933), el discípulo de Felipe Pedrell y fundador del Orfeo Catalán, Luis Millet (1867-1891), o el conocido Joaquín Zamacois (1894-1976), con quien la Escuela pasó a ser el Conservatorio Municipal de Música de Barcelona que hoy sigue existiendo.

Además de estas instituciones, más o menos equivalentes en todas las provincias españolas, ha habido centros de enseñanza únicos, algo desmarcados de las enseñanzas oficiales, que, como la Academia Granados-Marshall de Barcelona o la Schola Cantorum en París se han distinguido por su especificidad y han entrado en la historia de la enseñanza musical europea de pleno derecho.

Para concluir, no debemos perder de vista, que la historia de los orígenes y de la constitución de los conservatorios españoles, guarda, en la mayoría de los casos, estrechas relaciones tanto con los centros religiosos de cada ciudad como con la Capilla Real. Los profesores de los recién creados establecimientos habían sido o seguían siendo organistas, maestros de coro o de capilla, o instrumentistas de la Capilla o de la Guardia Real. Por ello, los archivos y la documentación de cada una de estas instituciones de enseñanza musical viene a ser el epicentro desde el que parten conexiones radiales hacia todos los demás puntos de la vida musical del país, desde las sociedades a los teatros de ópera, y desde las iglesias a la capilla real. Si, por un lado, hoy en día siguen cumpliendo su función de formar a músicos, bailarines y actores, por otro lado, conservan muchas huellas del pasado artístico de las ciudades y regiones españolas, de las biografías de músicos, bailarines y actores, así como de los repertorios interpretados o la recepción del público. Son instituciones de presente y futuro, con un inmenso patrimonio aún por descubrir.