«Aunque todos los escritores que se han ocupado acerca de los compositores del siglo XVI presentan a nuestro compatriota Victoria como uno de los más eminentes maestros de aquella época, creemos, sin embargo, que no le han hecho toda la justicia que se merece. Han dicho algunos que fue fiel imitador de Palestrina, y ha habido quien ha dado el dictado de “mono” de este célebre compositor. Otros le han rebajado todavía más, diciendo que esa imitación no fue en las verdaderas bellezas, sino en lo profundo y “rebuscado”.
Con este párrafo comienza el segundo artículo de la sección «Lira Sacro-Hispana» que Hilarión Eslava dedicó a Tomás Luis de Victoria (1548-1611) en la Gaceta Musical de Madrid el 9 de marzo de 1856. El entonces profesor del Conservatorio de Madrid hacía referencia a las irónicas palabras del casi contemporáneo de Victoria, Dom Severo Bonini (1582-1663), que otros italianos, como Giuseppe Baini (1775-1844) en su Memoria histórica-crítica de la vida y obra de Palestrina de 1828, habían retomado y que rebajaban al gran compositor abulense a la categoría de un mono capaz únicamente de imitar o incluso plagiar la técnica del gran artífice de la Contrarreforma. Una parte de la opinión europea siguió repitiendo y jugando con la expresión «mono de Palestrina», aprovechando el doble significado de la palabra: el de «calco» o «copia», pero también el más burdo, el de «primate». En el mejor de los casos se daba a entender que Victoria era indudablemente un gran músico, pero muy secundario, si se comparaba con Giovanni Pierluigi da Palestrina (ca.1525-1594). Desde mediados del siglo XIX, se subraya que esta valoración es indigna y, en vez de dejarla caer en el olvido, la prensa la repite hasta la saciedad para defender lo contrario: el genio del abulense, la personalidad de su obra, la urgencia de difundirla. Los padres de la musicología española se ponen manos a la obra a través de la edición de sus obras y de la publicación de artículos y monografías sobre el compositor, pero otros articulistas más anónimos también escriben sobre él. Entre todos dibujan un panorama digno de estudio, que, con mayor o menor objetividad, impulsa el conocimiento de la biografía y obra del músico.
«Con dolor he de confesar que casi todos los extranjeros, al tratar de las cosas de España lo han efectuado, no sólo sin consideración alguna hacia la muy diversa acogida que bajo todos conceptos han hallado entre los españoles, sino faltando al respeto y a la veracidad que la historia requiere; mas tengo por cierto que la misma generalidad del hecho os muestra mejor defensa, en razón a que no es creíble [que] merezca una Nación cual la nuestra ataques y censuras hacia todas las manifestaciones de cultura y progreso».
Es totalmente cierto que algunos de los artículos publicados en el extranjero durante el siglo XIX sobre la vida musical española o compositores españoles de la talla de Victoria se conformaban con ridiculizar algunas características sacadas de contexto. Respiraban por norma una convicción sobre la inferioridad de lo español, que argumentaban con un indiscutible savoir faire, salpicando los progresos musicales con los errores de un rey, gobernante o político desastroso. Y no puede descartarse que tales mofas contribuyeran a enraizar un nacionalismo, a veces igualmente subjetivo, en los articulistas e historiadores españoles. En parte consciente de ello, Ildefonso Jimeno termina reconociendo que la larga digresión de su opúsculo tal vez fuera «hija de su acendrado españolismo».
Uno de los aspectos más interesantes de su artículo es cómo afirma algo que hoy consideramos evidente, pero que en el último cuarto del siglo XIX no parecía estar aún asentado: la existencia de un estilo de música sacra renacentista puramente español. Jimeno escribe:
«tal vez parezca impropia y hasta pretenciosa la idea de un estilo característico español dentro del género religioso, mas no sólo existió en las obras del siglo XVI y posteriores, debidas a la fecunda inspiración de nuestros maestros, sino que ese peculiar carácter es, en mi pobre juicio, la mejor prueba en contra de la gratuita acusación que a Victoria se ha lanzado, titulándole, con frase bien poco culta, bien poco respetuosa, y bien poco seria el mono de Palestrina».
Entre los extranjeros hubo notables excepciones, cuya contribución a la historiografía de Victoria se reveló finalmente esencial. El crítico francés Adrien de la Fage (1801-1862), un especialista reconocido de canto coral y música religiosa, además de un experto en Palestrina, había sido uno de los primeros en introducir la música de Victoria en Francia. A raíz de un viaje a Italia en 1828-1829 había escuchado la misa O quam gloriosum y, de regreso a la capital, había conseguido que el editor Choron la publicara. En París se interpretaron las Turba passionis en algunas iglesias y sobre todo Adrien de la Fage escribió acerca de la categoría musical del español, situándolo ya al mismo nivel que Palestrina.
Ildefonso Jimeno, en el artículo citado, comenta cómo el crítico belga François-Joseph Fétis (1784-1871) había valorado positivamente la obra del abulense. En su famosa biografía de músicos, Fétis dice del compositor hispano:
«Más tarde, estudió con esmero las obras de Palestrina, y le imitó a menudo con acierto; resumiendo, fue uno de los compositores de música sacra más distinguidos y que han contribuido más a la gloria de España».Algunas décadas después, el crítico y compositor Henri Collet (1885-1951) consagró un estudio a la música española del siglo XVI titulado El misticismo musical español en el siglo XVI, un ensayo influenciado tanto por las investigaciones sobre Victoria de Felipe Pedrell como por los trabajos de crítica literaria de Menéndez y Pelayo. Collet parte de una analogía entre los místicos españoles, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, con los músicos del mismo siglo. Según él, Tomás Luis de Victoria representa la síntesis, tanto de la mentalidad y del estilo, como de la técnica musical. La importancia historiográfica de este ensayo es doble: por un lado, el haber importado en Francia teorías de los hombres de letras hispánicos como Menéndez y Pelayo, y, por otro lado, haber sido capaz de explicar las peculiaridades del estilo de un Guerrero, un Morales y sobre todo de Victoria, a la luz de Palestrina, pero sabiendo apreciar las diferencias entre unos y otros. También defendió la hipótesis de que Victoria ejerció gran influencia sobre la escuela alemana, y que sus obras fueron enseñadas y tomadas como modelo por compositores germánicos como J. S. Bach. En definitiva, El misticismo musical español en el siglo XVI contribuyó a reconocer el valor propio de la escuela española del Renacimiento.
Son estas unas cuantas muestras de cómo, desde mediados del siglo XIX, se va estableciendo tanto la consideración por el músico como un mayor conocimiento de su biografía. Se aprecia la evolución desde los primeros artículos, donde parece necesario justificar la relevancia de su obra o donde se esboza con mucha prudencia la fecha de su nacimiento. Hoy nos parece imposible que las obras de Tomás Luis de Victoria pudieran suscitar críticas negativas, que se le pudiera considerar un compositor de segundo orden o un mero imitador del estilo italiano; pero el respeto que alcanzó en vida o la admiración que inspira a los aficionados actuales no siempre ha sido universal. Al menos en el extranjero, Tomás Luis de Victoria fue considerado y calificado por algunos como el «mono de Palestrina». Esta etiqueta desafortunada e injusta hizo reaccionar a los defensores de la música religiosa española y, en general, a la prensa, que intervino para respaldar la obra de una de sus glorias nacionales.
Resulta fascinante explorar el camino que los compositores y sus obras han transitado para llegar a su actual estatus de genios indiscutibles, pues, en cierta manera, confirma el dicho de que el tiempo… pone a cada uno en su sitio.
(Podéis leer la versión completa, más extensa y anotada, de este texto que escribí con el título «Lecturas de Victoria en España y Europa» para la revista Scherzo, Año XXVI, nº 265, pp. 104-107.)