La misteriosa sonata de Mateo Albéniz

El caso de Mateo Albéniz es uno de los más curiosos de la historia de la música para teclado. Desde que, en 1925, el musicólogo Joaquín Nin editó en Francia su Sonata en Re M, la mayoría de los clavecinistas y pianistas la ha incluido en su repertorio. También ha sido objeto de numerosas transcripciones para instrumentos de cuerda, percusión, viento… Desde los estudiantes de grado elemental hasta pianistas de leyenda como Alicia de Larrocha, esta sonata ha aparecido una y otra vez en sus programas de concierto.
La acogida de esta obra entre instrumentistas profesionales, y en particular entre los pianistas, es tan unánime que no se me ocurre otra tan presente en el repertorio de los pianistas hispanos. Sí que es cierto que todos, sin excepción, hemos tocado estudios de Czerny y Chopin, obras polifónicas de J.S. Bach, alguna sonata de Scarlatti o del Padre Soler, y los pianistas con más nivel alguna de las piezas de Iberia de Isaac Albéniz, sonatas de Mozart y Beethoven, valses de Chopin y un largo y recurrente etcétera del repertorio que forma parte de todos los programas de conservatorio; pero una cosa es que tal obra forme parte de tu educación musical, casi por obligación, que la interpretes en casa, en clase y en los exámenes, y otra muy distinta las obras que uno elige voluntariamente como parte de su repertorio de concierto y que presenta y defiende ante el público. Y ahí la Sonata de Mateo Albéniz bate récords de aceptación.

En mi opinión, hay dos razones para esta unanimidad: la primera, su natural alegría. Entre el ritmo de zapateado que recorre la estructura de un extremo al otro, la jovialidad de las melodías y la gracia de las acciacaturas, el resultado es un puro producto ibérico con denominación de origen. La segunda razón es lo bien que funciona en público, ya sea como propina, como inicio de un recital o combinada con otras sonatas similares. Los pasajes más digitales se resuelven sin problema, no se enganchan, no falla la memoria… en fin, es una garantía de éxito, mientras que hay otras sonatas de Soler, Scarlatti, Nebra, etc. que, salvo para especialistas de esta música, pueden resultar muy arriesgadas en público.
Estoy convencida de que si lanzáramos una estadística de permanencia en el repertorio de pianistas y clavecinistas ibéricos, la Sonata en Re de Mateo Albéniz ocuparía una de las diez primeras posiciones. Y lo curioso es que no solo sabemos poquísimo de su autor sino del contexto de esta pieza. 

Mateo Albéniz nació en Logroño el 21 de noviembre de 1755 y falleció en San Sebastián el 23 de junio de 1831. Entre estas dos ciudades se forjó su carrera musical, fundamentalmente como maestro de capilla. Esta ocupación fomentó que compusiera sobre todo música religiosa, villancicos, misas, vísperas, oficios de difuntos. En 1802 publicó un tratado teórico bajo el pomposo título de Instrucción metódica, especulativa y práctica para enseñar a cantar y tañer la música moderna y antigua, que es un método para formar instrumentistas, cantantes y para ayudar a los cantores que querían preparar las oposiciones de maestro de capilla. Mateo fue el padre de Pedro Albéniz, fundador y primer profesor de piano del Real Conservatorio de Madrid. 

Ha sido esta paradoja entre el éxito de su Sonata en Re Mayor y el desconocimiento abrumador de su vida y obra, lo que nos ha impulsado a Rebeca Marcos (clavecinista) y a mí (pianista) a realizar una edición de su tratado teórico. En primer lugar, porque, habiendo tan pocos datos, tan poca información, parece imprescindible estudiar cualquier elemento que tengamos a nuestro alcance y que nos dé pistas —pistas que cada instrumentista y/o musicólogo tal vez interpretará de una forma u otra, pero que, al fin y al cabo, nos ayudarán a avanzar. En segundo lugar, porque confundimos la digitalización del patrimonio musical con su estudio. De nada sirve que diez o cien portales diferentes permitan la descarga de este tratado, si nos conformamos con almacenarlo en el disco duro de nuestro ordenador, echar un vistazo y poco más. Una edición siempre obliga a reflexionar sobre la fuente que queremos editar, a plantearnos cientos de preguntas, comprobar cuáles podemos responder y cuáles quedan aún en el aire. La faceta teórica de un autor dice mucho sobre su concepción no solo de la práctica, sino de la escritura musical. 

El estudio y edición de este tratado ha modificado mi visión de la Sonata: ya no la veo como ese eslabón perdido dentro del fabuloso corpus de las sonatas para teclado del siglo XVIII. Mi mente ha empezado a buscar la conexión entre el autor de este tratado teórico y el de la famosa Sonata, e incluso a plantearse la autoría de la segunda. Es cierto que un incendio en 1813 hizo que se perdieran algunas o muchas obras de Mateo, pero la edición de Nin es del siglo XX, así que eso permite pensar que el manuscrito de la Sonata sobrevivió. 

A pesar de mi incuestionable admiración por el trabajo que Nin hizo en el primer cuarto del siglo XX tengo dudas. Así como es indiscutible la autoría de la Instrucción metódica, yo no he visto ni localizado el manuscrito de la Sonata. Tal vez se me ha pasado algo, tal vez es evidente para los especialistas del repertorio de teclado de finales del XVIII; pero hay que reconocer que es curioso: una sonata tocada por todos, escrita por un compositor especializado en música religiosa del que no se ha conservado ninguna otra sonata u obra para teclado.

No sé cómo no nos hemos dado cuenta antes y hemos seguido tocándola, unos detrás de los otros, disfrutándola, transcribiéndola, compartiéndola por medio mundo, sin renovar, con criterio, la edición de Nin. Pero me parece que empieza a ser urgente… No pretendemos dar un golpe sobre la mesa pero sí hacer un suave toc-toc de atención sobre la figura de Mateo Albéniz. Y es que por mucho menos que esto, conozco a uno o dos escritores españoles capaces de elaborar una trama policial impecable sobre quién fue su verdadero autor…