Por “música bizantina” entendemos el canto de la Iglesia Ortodoxa, es decir, la música litúrgica de las iglesias del este de Europa. También se utiliza, de manera más amplia, para referirse en general a la música de las iglesias orientales. Ambas definiciones son restrictivas, pues excluyen la música seglar que existió en el Imperio bizantino y no da idea de la variedad y riqueza de los numerosos ritos de las iglesias orientales.
La música bizantina que podemos escuchar hoy en día es de naturaleza litúrgica, cantada fundamentalmente en griego, sobre una nota grave o bordón que se denomina “ison”. Es interpretada tanto por hombres como por mujeres, aunque es frecuente que las notas graves y sostenidas del “ison” las canten los hombres. Se han conservado tratados de teoría musical, manuscritos con notaciones musicales y descripciones de cómo se cantaban los diferentes géneros musicales, además de que la tradición de este canto se ha mantenido hasta nuestros días, aunque sea parcialmente, en la Iglesia Ortodoxa griega.
La historia de la música bizantina
Las fases más importantes de la música bizantina, y en especial del canto bizantino, están ligadas al desarrollo del Imperio bizantino (330-1450) y de la Iglesia Ortodoxa. A partir de Constantino el Grande, la cultura bizantina sintetiza muchas de las tradiciones de regiones cercanas como Capadocia y de ciudades importantes cultural y musicalmente, como Jerusalén o Antioquía. Este mestizaje de culturas influyó tanto en la composición de los textos como de las melodías. A diferencia de los ritos latinos, que utilizan el latín para sus textos, el rito bizantino fue cantado en las diferentes lenguas del Imperio: desde griego, hasta árabe, pasando por armenio, siríaco, etc.
La música bizantina tendrá un papel destacado en la liturgia, pero también en las ceremonias de la corte de los emperadores bizantinos, donde sabemos que se estilaban las “aclamaciones musicales”, cantadas cuando un emperador era coronado en Santa Sofía o simplemente cuando él, la emperatriz, sus hijos y su séquito entraban en la iglesia. Estos panegíricos exaltaban la lealtad de la asamblea hacia el emperador, su gratitud y admiración. Es posible que su origen se remonte a la Roma imperial y que fueran trasplantados por Constantino el Grande a la “Nueva Roma”. Tampoco debemos descartar la existencia de una música instrumental porque se conservan representaciones de músicos con instrumentos de diferentes familias, tanto en escenas de guerra como en escenas de corte, y descripciones escritas de su utilización en las ceremonias.
A partir de la segunda mitad del siglo VI, el emperador Justiniano I el Grande da un impulso importante al canto bizantino y se piensa que él mismo compuso algún himno. También a partir de esta época conocemos los nombres de algunos compositores y sabemos la importante contribución de algunos de ellos. Así, Romano el Melodo, de la primera mitad del siglo VI, es una de las figuras más relevantes de la historia de la música bizantina y sus composiciones son el pilar de la himnografía bizantina. Posteriormente Sofronio, Patriarca de Jerusalén (560-638), Andrés de Creta (ca. 650-712) y Juan Damasceno (675-749), son compositores de los que se han conservado obras. A éste último se le atribuye la creación del octoechos, libro que recoge las formulas melódicas de los cantos y que luego se conocerán como los ocho modos del canto gregoriano. La evolución del canto bizantino sigue un proceso parecido al latino, ganando en ornamentación y riqueza. Juan Koukouzelis, el gran maestro bizantino del siglo XIII, dejó una importante colección de himnos que aún hoy se interpretan en la Iglesia Ortodoxa griega.
A pesar de la Toma de Constantinopla por los turcos en 1453, el canto bizantino no desapareció y se mantuvo en uso hasta el siglo XIX, en el que se llevan a cabo una serie de reformas entre las que destacamos las del arzobispo Crisantos y las de Gregorio de Creta (†1816), que conciernen tanto el canto como la notación musical.
Geográficamente el canto bizantino se difundió no sólo en Constantinopla (la actual ciudad de Estambul) sino en todo el Imperio bizantino. Por ello hay manuscritos procedentes del sur de Italia, en particular de Sicilia, o de otras regiones. Uno de los puntos estratégicos fue y es el Monte Atos en Macedonia. Fundado en el año 963 por el emperador Basilio II cuenta aún hoy con unos veinte monasterios ortodoxos y es un estado monástico bajo soberanía griega.
También en España se difundió la cultura bizantina. El compositor Manuel de Falla decía que el canto bizantino había contribuido a la formación de la música popular española. Algunas de nuestras bibliotecas (Biblioteca Nacional de Madrid, Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, etc.) cuentan con una valiosa colección de manuscritos griegos de época bizantina, como puso de manifiesto la exposición Lecturas de Bizancio. El legado escrito de Grecia en España, celebrada en el 2008 en la Biblioteca Nacional de Madrid.
La liturgia bizantina
La liturgia bizantina tiene las mismas raíces que la liturgia latina: por un lado las ceremonias de los primitivos cristianos con su origen judío y, por otro lado y debido a la localización geográfica, la influencia pagana. El rito bizantino se estabiliza entre los siglos IV y XI, y, como el latino, consta de dos grandes partes, la misa y los oficios.
La misa se denomina “Santa o Divina Liturgia” y, como la latina se divide en la liturgia de los catecúmenos (desde el inicio de la misa hasta la lectura del Evangelio) y la liturgia de los fieles (desde la lectura del Evangelio hasta el final). Los textos principales de la divina liturgia bizantina son el de San Basilio Magno (ca. 330-379) y el de San Juan Crisóstomo (347-407), dos de los padres de la Iglesia Ortodoxa, considerados en su tiempo como excelentes oradores. El rito de celebración de la divina liturgia bizantina es diferente también del latino. El diácono ortodoxo no oficia detrás o delante del altar como en la misa latina, se mueve dentro de la Iglesia, yendo incluso hasta la puerta para leer el Evangelio.
En cuanto a los oficios pueden ser mucho más largos y más ornamentados musicalmente que los latinos y tienen otras denominaciones, por ejemplo hesperinos, que corresponde a las vísperas de la liturgia latina, orthos a laudes, etc.
Las notaciones musicales bizantinas
Una de las grandes riquezas de la música bizantina es la existencia de notaciones musicales propias. Se han conservado numerosos manuscritos de la Alta y Baja Edad Media en que los que los textos litúrgicos aparecen acompañados por signos musicales. Descifrarlos no fue ni es tarea fácil y todos ellos son objeto de estudio de la paleografía musical desde el siglo XIX. Se ha conseguido obtener la lectura exacta de algunos de ellos.
Aunque las variedades de las notaciones musicales bizantinas son muchas, según la procedencia de los manuscritos, podemos detectar dos grandes estilos: la notación ecfonética y la notación neumática. “Ecfonesis” significa leer en voz alta y, por extensión, la notación ecfonética es la que se utiliza para declamar los libros de las Sagradas Escrituras. Son los más antiguos y encontramos vestigios de esta notación desde el siglo IX, aunque algunos investigadores consideran que ya está presente desde el siglo V. En sus estados más primitivos es prácticamente igual a los signos de la prosodia griega y, por ello, no siempre es posible diferenciar si esos signos implican una entonación simplemente de lectura o musical. La notación ecfonética, aunque es anterior a la neumática que describimos a continuación, no desaparece cuando ésta se desarrolla, pues su uso es muy adecuado para aquellos textos silábicos en que es más propia una declamación o cantilación.
Las notaciones neumáticas bizantinas - y debemos hablar en plural pues hay diferentes estadios y variedades - detentan una importancia capital en la historia de la música occidental. Las más primitiva, conocida con el nombre de “Paleobizantina” se considera como uno de los posibles orígenes de las notaciones latinas, y, en particular, de la notación del canto gregoriano. “Neuma” es una palabra de origen griego, que, etimológicamente significa aliento, respiración. Las escrituras musicales latinas, tanto las del canto gregoriano como la de otros ritos (incluyendo el viejo hispánico que encontramos en los manuscritos toledanos y leoneses) son también neumáticas. Los neumas musicales más simples, que representan un solo sonido, están claramente derivados de los acentos agudo y grave de lenguaje. El acento agudo corresponde a un movimiento melódico ascendente; el grave a uno descendente. A partir de estas representaciones básicas del sonido que asciende o desciende, la combinación de estos signos y otros más, que también proceden del lenguaje (por ejemplo, del apóstrofe) representan movimientos melódicos de más notas o más complejos. Las tablas de signos de estas notaciones pueden llegar a tener más de veinte signos distintos, lo cual da idea de su riqueza para expresar los movimientos melódicos.
Dentro de las notaciones bizantinas hay además signos para especificar la altura exacta (algo comparable aunque no similar a las claves de nuestro sistema musical) y para expresar la duración del tiempo. Muchos signos melódicos comportan informaciones sobre el carácter. Las notaciones neumáticas bizantinas son, por tanto, un sistema de escritura musical muy avanzado, pues contienen información sobre la altura de los sonidos, la duración, la intensidad y los matices.
Algunos investigadores sostienen, como comentábamos más arriba, que ellas y sólo ellas son el origen de las notaciones latinas. No es tan fácil de determinar esta hipótesis pues, la cuenca mediterránea, con las aportaciones tan relevantes del mundo grecorromano o simplemente de ciudades que como Alejandría tuvo un cruce de culturas muy importante, estuvo sujeta a muchas influencias que están presentes tanto en los textos litúrgicos (en su estructura, prosodia y declamación), como en la música y los ritos. El papel de Bizancio en la formación y evolución de la liturgia y de la música cristiana, y por extensión de la Edad Media Occidental, es incuestionable, pero no es improbable que otras liturgias, músicas y ritos orientales hayan tenido un papel igualmente importante en la formación de la música litúrgica latina. En cualquier caso la música bizantina, con sus notaciones y formas musicales, es uno de los patrimonios más importantes de la historia de la música de la Edad Media.
Las formas musicales bizantinas
La piedra angular de la música bizantina es el himno, una composición que, aunque tiene puntos en común con el himno latino, no es equivalente, sino mucho más ornamentado, hasta el punto de que se comparan los himnos bizantinos con los autos sacramentales. El canto bizantino también incluye recitativos bíblicos y salmos, pero son los himnos lo que caracteriza este repertorio. Las tres grandes formas de la himnografía bizantina son el kontakion, el kanon y el sticherion.
El Kontakion o Kondakion es una forma poética que tiene entre ocho y trece estrofas, cada una de las cuales se denomina Troparion. El kontakion suele llevar una introducción independiente métrica y melódicamente de las otras estrofas, el prooimion. No sabemos en qué momento exactamente se empezó a utilizar el kontakion en la liturgia bizantina, pero todos los especialistas coinciden en el gran papel que Romano el Meloda jugó en la consolidación de esta forma poético-musical. Se conservan unos setenta kontakia de este autor, aunque se duda de la autenticidad de algunos. También se dice que compuso muchos más de los que se han conservado. Los textos son de tema sagrado, sobre la liturgia divina, la vida de los santos o la Virgen María. Originalmente eran textos tan largos, escritos en un pergamino, que se enrollaba en una vara metálica. Es el nombre griego de este vara (konta) lo que da el nombre a esta forma de la música bizantina. El estilo es melismático, es decir con varias notas por sílaba y preferentemente cantado por solistas.
Especialmente importante es el himno Akathistos, un kontakion que se canta y escucha de pie y de ahí viene su nombre, pues “akathistos” en griego significa literalmente “no sentado”. Consta de veinticuatro estrofas que rinden homenaje a la Madre de Dios a la que los bizantinos agradecen su apoyo en tiempos de asedio. Las imágenes del Akathistos ocupan un lugar destacado en muchos monasterios ortodoxos.
El Kanon empieza a aparecer hacia finales del siglo VII en los oficios matinales y llegará a desplazar al kontakion. Es una composición poética, más larga y variada que su predecesora. Se compone de ocho o nueve odas y cada una de ellas contiene entre seis y nueve troparia. El estilo es más silábico que el de su predecesor. Siempre ha llamado la atención que si los kontakia son más artísticos que los kanon, éstos pudieran sustituirles con tanta facilidad. Se piensa que detrás de esta rápida implantación hay una serie de decisiones eclesiásticas que veían en algunos textos de los kontakia un espíritu progresivamente menos dogmático y acorde con la evolución de la Iglesia Ortodoxa.
Finalmente, los himnos de una sola estrofa que se cantan en los oficios se denominan stichera. Son comparables a las antífonas de la liturgia latina. Originalmente eran versos cantados tras los versículos de los salmos en el oficio de vísperas, que posteriormente se incluyeron en los oficios del día.
Discografía recomendada
En los últimos veinte años ha aumentado considerablemente el interés por la música bizantina. Recomendamos dos versiones en particular: por un lado, la de Lycourgos Angeloupoulos, protopsaltis (primer cantor) de la Iglesia Santa Irene de Atenas y director del Coro Bizantino Griego, quien ha grabado la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo (1999), el Himno Akathistos (2006) y recientemente un disco titulado Ioannis Koukouzelis, Maestro bizantino (2009), consagrado a los salmos y stichera de dicho compositor.
Por otro lado, la hermana Marie Keyrouz, especialista en los repertorios de las iglesias orientales, grabó en 1989 un disco dedicado a la liturgia de la Pasión y Resurrección y en 1996 una compilación de “Canto bizantino”. Es interesante escuchar sus versiones bilingües (griego y árabe) y sus grabaciones de canto maronita y siríaco.
No son estas dos las únicas versiones posibles, pues cada vez son más numerosas las grabaciones de este repertorio, tanto por solistas, como Divna Ljubojevic, como en versiones corales, sean de procedencia griega o eslava.