Cuando se pierde la práctica de estudiar y
tocar no solo queda atrás la agilidad digital sino muchos reflejos de todo
tipo: físicos, por supuesto, pero también mentales. Por ejemplo, se pierde la
práctica de estudiar una obra de principio a fin. El problema es que, habiendo
perdido el nivel, no nos resultará tan fácil dominar una obra entera, aunque
solo tenga una página.
¿Cómo hacer?
Fuera
del piano o ante él —cada uno según lo sienta— hay que analizar las
dificultades de la pieza a todos los niveles: de lectura, digitales, de tempo,
ritmo, calidades sonoras, memoria (si pretendemos tocarla sin leer), de
carácter, de expresión… Todo. Yo me tumbo y cojo la partitura como si fuera una
novela. La miro y remiro y dejo que ella misma me explique dónde tendré que
armarme de paciencia y dónde tocaré con fluidez desde el primer segundo. A
veces me tengo que levantar, a probar un pasaje, porque no veo con claridad a
lo que me enfrento. Paso de ese estado de lectura y reflexión al piano porque
no consolido un diagnóstico sin sentir la música corporalmente.
Con
una idea aproximada en mente de qué obstáculos tendremos que superar para
aprender la pieza entera… hay dos posibilidades: la primera, hacerlo en un
tiempo concreto; la segunda, ad libitum,
sin una limitación cronológica. Si uno prefiere delimitar un tiempo —una
semana, un mes… lo que sea— podrá repartir las dificultades en pequeñas etapas.
Si esa sensación de tener que llegar a una meta con unos días determinados
incomoda, solo hay que centrarse en ir estudiando la obra pero sin olvidarnos
de que queremos llegar a tocarla bien entera. El único riesgo de la segunda
opción es que toquemos todos los días la o las partes que nos resultan fáciles
y no las que dan problemas, o que sigamos mejorando en las fluidas y no se
lleguen a resolver las complicadas. O que toquemos la pieza de arriba abajo con
distintos niveles según los pasajes, sin que avance día a día.
En
ambos casos, la cuestión es que, para atravesar las partes que no nos resulten
tan naturales, habrá que esforzarse, tener paciencia y reducir las dificultades
musicales y/o técnicas a otras más sencillas. Aunque repetir es imprescindible,
no asegura la resolución de pasajes complicados. Hay que pensarlos,
practicarlos en fragmentos muy pequeños, con la técnica de estudio con la que
nos hayamos formado y que, en el pasado, nos diera buenos resultados: es el momento de recordar cómo estudiábamos.
En
esta segunda fase creo que, en definitiva, ya podemos pasar un tiempo al piano
leyendo y disfrutando y otro, aunque sea menor, resolviendo pasajes difíciles,
allanándolos. No olvidemos que, cuando intentamos atravesar una dificultad para
llegar a hacerla nuestra, al principio no agrada y, a medida que convivimos con
ella, se establece una conexión sensorial y mental que acabará por hacernos
sentir seguros justamente en ese trazo que, en un primer momento, evitábamos.
Tendremos ganas de sentarnos al piano y sentir esos pasajes, notarlos entre los
dedos y comprobar cómo se flexibilizan, hora a hora, minuto a minuto, hasta ser
uno con nuestra mano.
Algo
más. Las apariencias engañan y, por eso, los profesionales somos muy escépticos
con las primeras impresiones: un pasaje muy incómodo, que casi te haría
desanimarte de intentar tocar una obra, se puede convertir en un apoyo seguro y,
al contrario, uno fácil en un enemigo. Uno de mis maestros decía con mucha
gracia que, en la toma de contacto con las obras, nunca debemos juzgar por las
“primeras citas”. Es más, decía que una “primera cita absolutamente desastrosa”
era augurio de gran interpretación. Que, cuando la obra nos pone tan nerviosos
que no conseguimos dar una nota en su sitio, es signo de que la sensibilidad
entra en juego y distrae al cerebro, y que, por tanto, hay potencialmente una
profunda conexión.
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